“Como arquitecto diseñas para el presente, con una conciencia del pasado, por un futuro que es esencialmente desconocido” . (Norman Foster).
El empresario noruego Alexander Vik tuvo que literalmente cruzar el mundo para encontrar el lugar perfecto para crear un viñedo excepcional. A casi diez años de iniciada su aventura las 4.325 hectáreas que adquirió en el valle de Millahue, en la zona central de Chile, cobijan ahora a una magnifica bodega y a un hotel que combina lujo, arte y por supuesto, pasión por el vino.
Para entrar a este espacio se
pasa por una serie de senderos que se encuentran sobre un espejo de agua que no
es sólo decorativo, es completamente funcional: sirve para la refrigeración de
la sala de barricas, ubicada justo debajo. El techo es una membrana semi
translúcida que deja entrar la luz natural, por lo que no se necesita ningún
tipo de iluminación durante el día. Al recorrerla, tanto los trabajadores como
los visitantes pueden entender las distintas necesidades ambientales de cada
una de las etapas del proceso de producción del vino.
En esta misma nave está el
café Pavilion, una caja de vidrio desde donde se puede ver el contraste entre
la impresionante arquitectura de la bodega, las viñas y los cerros que rodean
este valle. A cargo del chef Rodrigo Acuña, el menú cambia constantemente,
siempre enfocado en los ingredientes locales de temporada.
Tema aparte es el hotel. El
diseño estuvo a cargo del arquitecto uruguayo Marcelo Daglio, quien trabaja
junto a los Vik hace 10 años –este es el tercer hotel que proyecta para la
pareja– y que los conoce a la perfección. “Son clientes muy especiales, ya que
tienen un alto conocimiento sobre la arquitectura”, cuenta Daglio.
La inspiración fueron las
montañas que rodean la viña y los vientos que la cruzan durante el día. “La
propuesta arquitectónica intenta integrarse al paisaje sin alterarlo, pero a su
vez resaltando el hecho arquitectónico. Y la elección de los materiales
utilizados contribuye en algunos casos a resaltar esta arquitectura y en otros
a mimetizarla con el entorno”, dice el arquitecto.
El resultado fue una
construcción bien alucinante, enclavada en la cima de un pequeño cerro. Como
una forma de jugar con el significado de Millahue –lugar de oro en mapudungún–,
decidieron hacer un techo de titanio que brilla a ciertas horas del día,
destacando sus formas ondulantes; un pequeño punto de luz entre los viñedos y
montañas. Este fue uno de los mayores retos para el arquitecto, quien cuenta
que estuvo más de un año trabajando en eso junto a asesores locales y
extranjeros.
La construcción aloja las 22
piezas de este hotel, todas distintas. Y aunque puede sonar a lugar común de
cualquier hotel boutique, acá se cumple a cabalidad. Reconocidos coleccionistas
de arte, Alexander y Carrie se preocuparon personalmente de la decoración de
cada una de las habitaciones. Todas tienen un tema, una inspiración –casi
siempre relacionada con el arte y el diseño–, y un punto de vista que se siente
fuerte y claro.
Chile, por supuesto, tenía que
tener su propia pieza. “La inspiración para esta suite fueron los edificios
antiguos e históricos que hemos visto en el desierto de Chile”, contó Carrie
Vik. Aquí hay una mezcla de texturas muy interesante: un recubrimiento de sisal
para la pared, puertas de madera de cactus, pisos de concreto y paredes de
adobe en el baño. Sobre la cama hay dos pinturas de Carlos Leppe y justo frente
a ellas, una obra de Felipe Cusicanqui.
La suite Azulejo es otro
espacio donde se puede ver la dedicación que pusieron los Vik en este art
hotel, como lo han llamado. La inspiración para esta pieza viene de los típicos
azulejos portugueses pintados a mano, pero con un toque muy particular. Después
de más de un año mandando ideas y bosquejos al artista en Portugal, el
matrimonio logró lo que quería, una escena clásica, pero con algo de humor: en
el techo de la pieza y en las paredes del baño se puede ver a los miembros de
la familia Vik y sus amigos disfrutando de un banquete a la sombra de la cordillera
de Los Andes.
También dejaron algunas piezas
enteras en las manos de reconocidos artistas. El chileno Alvaro Gabler creó una
suite que lleva su nombre, donde no sólo puso un par de sus obras realistas,
sino también pintó el piso, las paredes y el techo de la pieza, logrando un
efecto de trompe l’oeil en tonos grises. Otra estuvo a cargo del japonés Takeo
Hanazawa. La suite Shogun, como la nombraron, fue el resultado de dos meses de
trabajo del artista.
Sin importar el tema, en todas
las piezas se repite lo mismo: muebles de diseño, obras de arte, y una
propuesta que escapa a todas las convenciones; una puesta en escena inesperada.
Hay muebles de Piero Fornasetti (de hecho, hay toda una suite dedicada a él),
antigüedades, otros hechos especialmente para el hotel y mucho arte, con obras
de artistas chilenos y varias internacionales.
Otra de las cosas que llama la
atención al visitar el hotel es el paisaje. “La idea era aprovechar al máximo
las vistas hacia los cuatro puntos cardinales. El proyecto fue desarrollado
justamente tratando de incorporar los 360 grados que nos regala el lugar”,
cuenta Marcelo Daglio desde su oficina en Uruguay. Para ello el edificio es un
cubo acristalado de líneas muy simples, donde a un lado están las habitaciones
y espacios de esparcimiento y justo al centro un patio central que conecta
todas las piezas con los lugares públicos. Un periodista del New York Times que
visitó el hotel, escribió: “Mientras veía la puesta de sol desde nuestra pieza,
me recordó a la inmensidad de la sabana africana y a la ordenada belleza de la
región vitivinícola de Francia o Italia”. Una mezcla fascinante, con todo el
sello Vik.
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