EL ALMUERZO DE LOS REMEROS. PIERRE-AUGUSTE RENOIR.

“Debe desear todo hombre vivir para saber, y saber para bien vivir”. (Mateo Alemán).

Renoir, el impresionista más hedonista. Para él lo importante era mostrar la alegría de vivir. Mientras otros del grupo mostraban los diferentes efectos de la luz en un árbol, el bueno de Auguste lo que quería era los efectos de la luz en la vida.


Este cuadro es un icono. “El almuerzo de los remeros” nos muestra la terraza de la Maison Fournaise, a las orillas de Sena, un local que nunca dormía, en el que se alquilaban botes para un romántico paseo por París y se servían exquisitas comidas de la mejor cocina francesa de día, y se organizaban bailes hasta el amanecer por la noche. Es lógico que un tipo amante de la vida como Renoir se pasara ahí horas y horas y decidió plasmarlo en un lienzo, con su estilo vibrante y tembloroso, lleno de vitalidad.

Renoir retrata a sus amigos como el pintor Caillebotte, sentado en primer plano, y frente a él, jugando con un perrito, a su modelo preferida de esa época, la pelirroja Aline Charigot, con su graciosa nariz, que acabaría siendo su esposa poco después. Con una luz impresionante este cuadro da la impresión de que se podría ver a oscuras. Una luz filtrada por el toldo a rayas que ilumina el jolgorio de los personajes y ese magnífico bodegón sobre la mesa, que casi es el protagonista del cuadro, la composición nos lleva directamente a él. Un exquisito y nutritivo desayuno para aprovechar con fuerza y vitalidad el soleado día que les queda por delante a esta gente.



Renoir, como muchos otros pintores impresionistas de su época pintaban al aíre libre, sin embargo en este caso, si bien comenzó a realizar este cuadro en el exterior, lo cierto es que lo concluyó trabajando en su estudio. Y para su realización hizo previamente un estudio de como colocar a los personajes, para lo que contó con la colaboración de amigos, modelos e incluso su futura esposa, ya que todos posaron para él.

El resultado es una obra en la que aportó un encuadre muy cinematográfico, donde nos presenta a las figuras muy cercanas, aproximándose al espectador de forma natural. Al mismo tiempo, que la composición que crea dota al conjunto de una gran unidad, a la vez que cada personaje tiene una rotunda presencia en la obra.


Los diferentes personajes hacen una especie de juegos de miradas, emparejándolas o agrupándolas por tríos, y dando viveza a la escena, de manera que podemos pasar un buen rato mientras jugamos a imaginarnos los diálogos entre ellos y los diferentes significados de cada mirada y cada gesto. Un contenido que destila ligereza y alegría, en un momento de asueto de los personajes.

Su gran cualidad es la luz que aplica a cada una de las figuras, que salpica sus caras y sus cuerpos, con lo cual consigue que las miradas y las conversaciones revivan entre ellos como brillos efímeros. Y al mismo tiempo invita al espectador a incorporarse a ese medido y estudiado bullicio, y lo hace gracias a la composición en la que es importante la presencia de la mesa blanca en primer plano, la barandilla en diagonal y el toldo que cubre a las figuras y que figuradamente se prolonga y también acoge a los que las observan, en definitiva, a nosotros, los espectadores.



Se puede catalogar semejante composición como muy barroca, en el sentido de que es abierta, con diferentes líneas oblicuas que confluyen en el fondo, y con un encuadre que llega a cortar a diversas figuras. Y curiosamente con tanta persona, el centro lo ocupa una peculiar naturaleza muerta, ya que todos los objetos, la comida y la bebida dispuestos sobre el mantel blanco de la mesa no es otra cosa que un precioso bodegón. Esto por otra parte es bastante habitual en la pintura impresionista, algo que se inició con el afamado Desayuno en la hierba de Manet.


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