"La
amistad es el vino bueno de la vida". (Edward Young).
En
algunos viñedos, es habitual ver rosales plantados entre las vides. Su
presencia no tiene que ver con adornar o enriquecer el suelo, en realidad, su misión
es muy específica: advertir sobre enfermedades en las vides.
El hábito de sembrar rosales entre las viñas se remonta a 1851, cuando se contaminó en los viñedos de Europa el hongo “Oidium tuckeri”, procedente de las islas británicas. Sus esporas se difundieron entre las plantas a tal velocidad que en menos de dos años acabó con la mayor parte de las cepas de las regiones vinícolas.
En
aquel tiempo, las viñas se encontraban junto a los monasterios ya que era donde
se elaboraba el vino utilizado en las liturgias religiosas. Los monjes de
Borgoña, en Francia, estudiaban la estructura del suelo, elegían las mejores
parcelas, experimentaban con la poda, escogían las mejores cepas y rodeaban sus
viñedos con rosales.
Cuando
la plaga se expandió entre los viñedos borgoñeses, los rosales fueron los
primeros en padecer la enfermedad y los monjes lograron salvaguardar sus
viñedos aplicando, primero a los rosales y después a las vides, un tratamiento
basado en polvo de azufre. Desde entonces los rosales se convirtieron en
plantas que detectaban enfermedades.
Continuando
la tradición, a lo largo de los años se han ido sembrando rosales en todos los
viñedos, sirviendo de decoración, así como de señal de alarma. Los viticultores
utilizan la función reveladora de los rosales para darle un toque de color
diferente al viñedo, delimitando las rosas blancas en las variedades blancas de
uva y las rojas en las variedades tintas.
Hay
quienes mantiene que los rosales tienen la facultad de alejar a ciertas aves y
animales del viñedo, ya que sus espinas no permiten que se aproximen a los
frutos. Sin embargo, no todos los expertos están de acuerdo. Lo que es un hecho
es que las flores y las uvas son la alegría del campo y un deleite para quienes
los visitamos, especialmente durante la temporada de floración.
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