“Ese
es el problema de beber”, pensaba, mientras me servia un trago. Si algo malo
pasa, bebes para intentar olvidar; si algo bueno pasa, bebes para celebrar; y
si nada pasa, bebes para que hacer que algo pase. (Charles Bukowski).
El
triunfo de Baco es una pintura del español Velázquez, creada en 1629 y
conservada en el Museo del Prado. Es conocida popularmente como Los
borrachos. El cuadro lo pintó algunos años después de su llegada a Madrid
procedente de Sevilla, poco antes de su primer viaje a Italia. En la capital
Velázquez pudo contemplar la colección de pintura italiana del rey y quedar
impresionado por los cuadros de desnudo que tenía la colección, así como por el
tratamiento del tema mitológico. La obra aparece mencionada por primera vez,
con el título de «pintura de Baco», en una cédula de Felipe IV fechada el 22 de
julio de 1629 ordenando a su tesorero general el pago de 100 ducados por la
pintura “que ha hecho para mi servicio”.
El
cuadro describe una escena donde aparece el dios Baco que corona con hojas de
hiedra, a uno de los siete borrachos que lo rodean; podría tratarse de un poeta
inspirado por el vino. Otro personaje casi mitológico observa la coronación.
Uno de los personajes que acompañan al dios miran al espectador mientras
sonríen. En ella se representa a Baco como el dios que premia o regala a los
hombres el vino que los libera temporalmente de sus problemas. En la literatura
barroca, Baco era considerado una alegoría de la liberación del hombre frente a
su esclavitud de la vida diaria. Puede que Velázquez realice una parodia de
dicha alegoría, por considerarla mediocre.
El
dios está metido en la obra como una persona más dentro de la pequeña
celebración que se representa, pero proporcionándole una piel más clara que a
los demás para reconocerlo con mayor facilidad. La escena puede dividirse en
dos mitades. La de la izquierda, con la figura de Baco muy iluminada está
cercana al estilo italiano inspirado en Caravaggio. Baco y el personaje que
queda detrás aluden al mito clásico y están representados de la manera tradicional.
Destaca la idealización en el rostro del dios, la luz declara que lo ilumina y
el estilo más bien clasicista. La parte de la derecha, en cambio, presenta a
unos borrachines, hombres de la calle que nos invitan a participar en su
fiesta, con un aire muy español similar a Ribera. No hay en ellos ninguna
idealización, sino que presentan rostros avejentados y desgastados. Tampoco se
mantiene en este lado la clara luz que ilumina a Baco, sino que estas figuras
están sumidas en un claroscuro evidente. Además, lo trata con una pincelada más
impresionista.
En
esta obra, Velázquez introduce un aspecto profano en un asunto mitológico, en
una tendencia que cultivará aún más en los siguientes años. Hay varios
elementos que dan naturalismo a la obra como son la botella y el jarro que
aparecen en el suelo junto a los pies del dios, o el realismo que presenta el
cuerpo de este. Jugando con los brillos consigue dar relieve y texturas a la
botella y al jarro creando un parecido con el bodegón. Estas jarras son muy
similares a las que aparecen en cuadros pintados por Velázquez durante su etapa
sevillana.
Diego Velazquez, autoretrato.
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